Cansada y con los huesos gastados de
tanto invierno, la mujer salió del árbol. No había esperanza. Ni
olor a café, ni Vespas rotas en medio de ciudades medievales o
gritos de padres hartos de serlo. Cogió su abrigo de marca y se
propuso hacer, una vez más, el último recorrido del mundo. En el
mar los guionistas se habían ahogado con montañas.
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